Un mes del malévolo
desgobierno de Trump
Durante casi un mes, los estadounidenses han estado atentos
al inicio del gobierno de Trump, con toda su malévola incompetencia. Empezando
por los tuits matutinos hasta las noticias del día y los programas nocturnos de
comedia, muchos observan, se inquietan, se mofan y después se van a dormir,
algunas veces con sobresaltos.
Otros se quedan despiertos, pensando que podrían perder a su
familia, su empleo y su hogar. El presidente los ha denigrado llamándolos
criminales, aunque no lo sean. Son personas que han tratado de construir vidas
honestas en Estados Unidos y de repente son tan temibles como los prófugos.
Esperan los golpes en la puerta, los agentes de negro, las esposas, el viaje en
el auto policial y la celda. Son personas a quienes les aterra que el gobierno
estadounidense los encuentre, o a sus padres o a sus hijos, les pida sus
papeles y se los lleve.
Cerca de 11 millones de personas viven sin documentos
legales en este país. De repente, por un decreto presidencial, todos son
prioridades de deportación, todos son presuntos delincuentes, a todos se les
amenaza con destruir sus vidas, junto con las de los miembros de su familia. Su
fin podría llegar en cualquier momento.
Esta no es una representación abstracta ni caprichosa. No
son noticias falsas. Se trata del Estados Unidos de hoy, de este mes, de esta
mañana.
En El Paso, Texas, van por una mujer a un tribunal, donde
ella había estado tratando de obtener una orden de protección; parece ser que
el hombre que la maltrataba reveló su condición a los agentes migratorios.
Cerca de Seattle, a un joven de 23 años que estaba protegido contra la
deportación y tenía un permiso legal para trabajar conforme al programa de
Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA, por su sigla en inglés)
se lo llevan, acusado de ser miembro de una pandilla. Él lo niega frenéticamente
y su abogado presenta documentos que sugieren que los agentes alteraron su
testimonio para involucrarlo falsamente.
Otra beneficiaria del DACA, Daniela Vargas de Jackson, se
encierra en casa después de que los agentes detuvieron a su padre y a su
hermano. La madre de cuatro, Jeanette Vizguerra, busca asilo, sola, en el
sótano de una iglesia en Denver. Un grupo de hombres latinos se va de un
refugio para indigentes dirigido por una iglesia cerca de Alexandria, Virginia,
los rodean una decena de agentes migratorios que los interrogan, escanean sus
huellas digitales y arrestan a por lo menos dos de ellos.
Los defensores del presidente Trump dicen que las cifras de
arrestos de la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE) son similares a las del
presidente Barack Obama, un enérgico deportador en jefe. Tal vez sea cierto,
por el momento, pero hay un mar de diferencia en el contexto. Las promesas de
campaña de Trump, su oleada de órdenes ejecutivas en materia de inmigración,
incluyendo su prohibición de entrada a los viajeros provenientes de ciertos
países musulmanes, tienen un común denominador. Reflejan su falta de juicio, de
sentido común, su rechazo a prioridades de cumplimiento de la ley que hagan
énfasis en la seguridad pública y el respeto a la constitución.
En cambio, le dan prioridad al miedo.
Con Obama, se le ordenaba a ICE y la Patrulla Fronteriza que
se concentraran en arrestar delincuentes que habían cometido delitos graves y a
aquellos que suponían un riesgo a la seguridad nacional. Trump ha eliminado
estas limitantes para impulsar su “fuerza de deportación”. Quiere triplicar la
cantidad de agentes de la ICE. Quiere revivir los acuerdos federales para
facultar a los oficiales de policía estatales y locales para que funjan como
agentes migratorios. Quiere aumentar el número de la base de detenciones y
estimular el auge de las prisiones privadas.
Esa visión es la que Donald Trump comenzó a esbozar al
principio de su campaña, cuando difamó a todo un país, México, llamándolo
exportador de violadores y narcotraficantes, y a toda una religión, el islam,
como un nido mundial de asesinos. Esta es la bandera de los asesores de Trump,
Stephen Bannon y Stephen Miller, quienes han llevado el mundo de la extrema
derecha, con su cepa nacionalista blanca, a la Casa Blanca.
¿Qué más provocará la satanización y deshumanización de los
que nacieron en suelo extranjero sino un Estados Unidos más blanco? Han
escuchado las mentiras de Trump: que los inmigrantes son una amenaza, cuando
son un beneficio. Que los homicidios están al alza, cuando están disminuyendo.
Que los refugiados ingresan sin trabas al país, cuando son las personas que
pasan por el veto más estricto al cruzar nuestras fronteras. Que esos
inmigrantes y refugiados son terroristas, cuando son los que están padeciendo
el terror.
Para aquellos que aceptarían oponerse a la administración,
hay mucho por hacer y poco tiempo. El Congreso de Estados Unidos no es una
garantía. Los demócratas están superados en número, alzan la voz, pero hasta
ahora su resistencia es simbólica. Los republicanos están divididos
principalmente entre aquel
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